Yo no quiero una ciudad franquicia

Texto y fotos. Pedro Ignacio Fernández

Vuelvo a la ciudad donde nací, a la infancia del fútbol, rescate o chapas, al bocadillo de mortadela, al cine de sesión continua, al cambio de cromos, -nole, nole, sile nole…-a los jerseys de lana hechos con mimo por la madre, a la tele en blanco y negro con dos cadenas, ¿cómo están ustedes?..; vuelvo a las carreras delante o detrás de los grises, a los paquetes de sombra o ducados, al latín y a la historia, a los amores rechazados, a la búsqueda de lp’s de segunda o tercera mano, a la movida, a la búsqueda de sueños de juventud, de rebeldía.

Vuelvo y los cines, los bares y cafeterías, las tiendas de antaño ya no están. Y podría entenderse que es la consecuencia del paso del tiempo y que las ciudades deben de evolucionar, pero en el fondo es la pérdida de la identidad, de la historia de una ciudad. Los edificios son destruidos en su totalidad o modificados de forma hiriente no dejando nada que recuerde a su anterior uso.


Asistimos a una globalización de las ciudades, a ciudades franquicia sin ningún tipo de personalidad, a una uniformidad impuesta. Un ejemplo, el viejo comercio ha sido relegado, sustituido por cadenas de moda, de restauración, de telefonía. Caminamos por el centro de una ciudad y debido a esta circunstancia de estandarización las ciudades se parecen más entre sí. Deberían los Ayuntamientos, las Comunidades Autónomas velar por el mantenimiento de estos establecimientos porque son también patrimonio histórico.


Yo no quiero una ciudad franquicia, no creo en la uniformidad y menos impuesta.

Este texto ha sido publicado en La Tribuna de Cartagena
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